Como seres humanos determinamos las prioridades a seguir para enfrentar la vida. Esto es aplicable para el buen desarrollo de los objetivos. Por consiguiente hemos pasado por muchas etapas, y en alguna de ellas por no decir casi todas, estuvimos con personas, que protagonizaron con nosotros historias, sueños, alegrías y desengaños. Igualmente nuestro núcleo proximal, compuesto por familia, compañeros de infancia y adolescencia, pareja y amigos mas cercanos esculpieron rasgos que dejaron huella en nuestro comportamiento.
A la par, nuestro ego fue creciendo arrastrando tatuajes mentales, paradigmas y creencias limitantes habituales que traspasaron las barreras de la lógica, lealtad, ,consideración, y porque no compasión, y nos llevaron a olvidar la importancia del reconocimiento hacia los seres humanos cercanos los cuales también estaban en el difícil arte de ubicar su lugar en el planeta y así desarrollar la misión que todos debemos cumplir.
Como personas fuimos educadas en principios y valores. Pero pudo más el compromiso, hacia las metas competitivas, para que consideráramos como bandera que valíamos más por el éxito económico y no por nuestra formación intelectual y espiritual.
Dentro de esta formación, la lealtad, la benevolencia, el reconocimiento, la conmiseración, y el respeto encontraron en nuestro ser un porcentaje pequeño para germinar. Si bien es cierto que la crianza determina el terreno donde se abonan todos los valores, y estos de pronto han brillado por su ausencia, es de anotar, que relacionándonos adecuadamente con el núcleo antes citado, ese campo estéril podría nuevamente cultivarse y así retomar la satisfacción que produce el respeto y consideración hacia uno mismo, y empezar a pensar que esas mismas virtudes nos fueron dadas sin valor monetario a cambio, con el compromiso de hacerlas valer hacia el resto de la humanidad.
La gratitud como sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho, o en algún momento se ha querido hacer, y que de alguna manera nos obliga a corresponder al mismo, ha encontrado limitaciones, ya que el ansia de poder castra las empequeñecidas mentes y aleja la gran alegría que produce el entregar al semejante una retribución o compensación a algún momento vivido , y porque no, a la dedicación que en alguna época ese ser tuvo hacia nosotros.
Esta misma gratitud perdida en el limbo de las palabras pronunciadas por personas que en un aire de egoísmo ,vanidad y soberbia manifiestan: “era su obligación”, “no me acuerdo”, “quien lo manda” “no se lo merece” conlleva lentamente al empobrecimiento espiritual, ya que la grandeza del ser humano radica una vez encuentra el Arte de ser Persona, en sacar a flote la bondad del alma y entregar a través de las virtudes y cualidades, como mínimo el reconocimiento y consideración adecuado, a los seres que en su momento sirvieron de apoyo en cualquier modalidad, y no olvidar que en el gran ciclo del universo , se determina saborear dulce o amargamente la recompensa de nuestras actuaciones, buenas o malas, con errores y defectos, con destiempo y aciertos, que obligan a recordar que no estamos solos y que somos arropados por una misma energía la cual no debe ser filtrada por el olvido o desprecio de los beneficios recibidos , llamado INGRATITUD.
Dedico este comentario, a todas las personas que en algún momento olvidaron el sagrado deber del “deber” y pensaron mas en tener el “querer “.